Día 3: Sultanieh, la ciudad que quiso ser de los sultanes
Sultanieh es la gran ciudad que no llegó a ser. Durante el siglo XIII los mongoles, ya en la región, se fijaron sobre los extensos pastizales que corrían por esta zona de Persia. Pensaron que sería bueno para sus caballos. El sultán Mohamed Khodabandeh decidió construir aquí una urbe que llegara a convertirse en la gran capital imperial de los mongoles. La bautizó con el nombre de Sultanieh (ciudad de los sultanes) y sus obras comenzaron en 1304. La ciudad comenzó a prosperar y se convirtió en una parada importante de la Ruta de la Seda. Incluso se exigía a las caravanas que iban de Asia a Europa que primero se detuvieran aquí para que el Sultán pudiera ver la mercancía y quedarse con alguna si le gustase.
Desafortunadamente para el sultán Khodabandeh, 80 años más tarde, el conquistador uzbeko Tamerlán llegó con su ejército y arrasó con la ciudad, dejando únicamente en pie el imponente mausoleo de Khodabandeh.
Mausoleo de Khodabandeh, del siglo XIV
Este colosal mausoleo es hoy en día una de las estructuras más altas de todo Irán con sus 52 metros de altura y fue terminado de construir en 1312.
Khodabandeh quería llenar de más grandeza su ciudad que estaba fundando, y es por ello que este inmenso mausoleo originalmente estaba pensado para el Imam Alí, el primero de los 12 Imanes del chiismo, que se encuentra enterrado en Najaf, Iraq desde su muerte en el 661 d.C. ¿Cuál fue el problema? Que los líderes religiosos de Najaf de la época de Khodabandeh no permitieron la exhumación del cuerpo, ya que está prohibido en el Islam. Así que, ante el fracaso de la intención, Khodabandeh decidió entonces que este mausoleo fuera su propio lugar de eterno reposo.
Este mausoleo, Patrimonio de la Humanidad desde 2005, según se dice tiene la tercera cúpula de ladrillo más grande del mundo, después de Santa Sofía (Estambul, Turquía) y la catedral de Florencia (Italia) que tiene la cúpula más grande del mundo.
El mausoleo por dentro (150.000R - 4€) impresiona por su bella arquitectura y decorado geométrico.
Interior del mausoleo
Vistas de Sultanieh desde el mausoleo Khodabandeh
Mausoleo Khodabandeh
Detalle de la fachada de ladrillo del mausoleo
La manera en la que nosotros llegamos a Sultanieh fue tomando un autobús de Qazvin a Zanján (120.000R – 3,25€) y bajarnos a mitad de carretera en cuanto vimos el mausoleo desde la misma. Le dijimos al conductor que nosotros ahí nos bajábamos (Sultanieh está a unos 40 km antes de llegar a Zanján). De ahí, un chico en su coche privado nos dejó hasta la puerta del mausoleo.
Sultanieh es una ciudad bastante pequeña y con pocas cosas turísticas que ver, por lo que su visita puede ser bastante rápida. No obstante, sí recomendamos ver el gran mausoleo de esta pequeña ciudad.
Otra atracción es el mausoleo y monasterio Chalabi Oghlu.
Mausoleo Chalabi Oghlu
Este mausoleo es también del siglo XIV y aquí está enterrado el sultán Chelebi Oghlu. Fue construido por un discípulo de Jalal Eddin Rumi, uno de los filósofos y místicos persas más importantes.
Desafortunadamente cuando nosotros fuimos el mausoleo estaba en restauración por lo que no pudimos recorrerlo en su totalidad.
Otro mausoleo que hay que ver, aunque estaba cerrado cuando nosotros fuimos, es el del Mulá Hassan Kashi, poeta del siglo XIV.
Era momento de dirigirnos de vuelta hacia la autopista para continuar nuestro camino hacia Ardebil, ciudad en el noroeste de Irán. Para ello, nos dirigimos primero desde una pequeña plaza donde salen taxis compartidos hacia Zanján (30.000R – 0,80€ por persona).
Estos taxis compartidos no parten hasta que no se llenan. Muy probablemente el conductor te insistirá en que pueden partir ya, pero eso significa que tú tendrás que pagar también por los lugares vacíos. Si no tienes prisa, te recomendamos que esperes, ya que por lo general al poco tiempo aparece gente.
A mitad de carretera una de nuestras acompañantes se bajó, y enseguida se subiría un hombre mayor, casi en sus 80 años. María iba sentada en el lugar de en medio de atrás y yo de su lado izquierdo. Al señor percatarse de esto, prefirió caminar con su paso calmado por el lado de la carretera para subirse de mi lado, por lo que nos tocó desplazarnos y ahora yo estaría en medio, entre nuestro nuevo acompañante y María. Éste es un caso más de los muchos que veríamos donde un hombre jamás tocaría a una mujer.
Nuestra parada fue Ardebil, a escasos 50 kilómetros de la frontera con la República de Azerbaiyán. En cuanto nos bajamos del vehículo nuestra primera gran sorpresa fue el aire fresco que entró. Y cuando digo “fresco” no es de fresco-qué-rico-está sino de fresco-no-me-caería-mal-un-jersey. Para que os deis una idea, la primera noche que pasamos ahí (en pleno agosto) estuvimos a 12 grados y con llovizna. Según nos dijeron en invierno puede llegar hasta los -30°C y con mucha nieve. En verano Ardebil puede darnos un buen descanso del calor durante nuestro viaje.
Otra de las sorpresas que nos llevamos de esta ciudad es que la gente no habla farsi. Hablan turco y su gente se siente más identificada con la cultura turca que con la persa. Pero otra vez, hay una línea imaginaria llamada frontera que los divide. A la gente de Ardebil le ha tocado nacer del lado iraní, pero ellos no quieren que se les asocie con la cultura persa, no quieren que se les meta en el mismo saco de “países terroristas” de Oriente Medio, no quieren vivir bajo leyes islámicas y no quieren defender a su país en caso que el Estado Islámico desborde sus fronteras desde la vecina Iraq, y tampoco quieren estar sufriendo esas sanciones internacionales que tanto ahogan a Irán pero en especial al ciudadano común, gente que batalla por encontrar trabajo. No, a ellos les hubiera gustado nacer a unos kilómetros más al oeste, en Turquía, para que así los destinos de sus vidas pudieran haber cambiado radicalmente.
Ardebil está llena de esta gente, que habla turco, que es atea, que gusta de cine alternativo, y que si pudieran, ya hubieran abandonado su país.