Día 11: Mar de Aral, mar de arena
Izzat nos había dicho de salir muy temprano, por lo que a las 5 de la mañana ya estaba en nuestro hotel. Khiva aún dormía, todavía era de noche y nosotros ya estábamos en dirección al noroeste de Uzbekistán, hacia la región de Karakalpakstán. Antes de dirigirnos hacia el Mar de Aral haríamos primero una visita a Nukus.
Nukus es una ciudad apartada en el desierto que estuvo literalmente “cerrada” al extranjero durante la época comunista. Por eso, hoy en día conserva todavía su arquitectura estalinista: grandes avenidas (que lucen vacías por los poquísimos coches que hay), enormes monolitos grises llamados edificios, etc.
Definitivamente la gran joya que tiene esta ciudad es el Museo de Arte de Karakalpakstán (la entrada cuesta 3,50 dólares, y si vas a hacer fotos 15 dólares).
La historia de este museo puede resultar tan interesante como las obras que tiene dentro. Su fundador fue Igor Savitsky, ucraniano que vivió en Nukus por una expedición arqueológica. Después de coleccionar artículos de Karakalpakstán Savitsky convenció a las autoridades locales de abrir un museo. En 1966 esto sucedería, y a partir de ahí Savitsky arriesgaría su vida comenzando a coleccionar un arte más peligroso que monedas y trajes típicos de la región; comenzaría a coleccionar arte ruso avant-garde que estaba fuertemente prohibido durante la época de Joseph Stalin. En esta época el único arte que estaba permitido era el de la escuela realista socialista, que obligaba a los artistas dibujar imágenes idealizadas de fábricas y hombres trabajando en el campo.
Artistas como Kliment Red´ko, Lyubov Popova, Mukhia, Ivan Koudriachov y Robert Falk, fueron de aquellos que mostraron su desacuerdo con el comunismo a través de los lienzos. Algunos de estos artistas fueron apresados como disidentes, pero gracias a su valentía, y a la de Savitsky de coleccionar este arte, hoy en día todas estas obras permanecen bajo un mismo lugar y no destruidas o perdidas en algún sótano de algún coleccionista.
Este museo tiene la colección más grande del mundo de arte ruso avant-garde después del museo de San Petersburgo. Tiene 90.000 obras de arte y más de 15.000 pinturas. No cabe duda que sorprende cómo en medio del desierto uno puede encontrarse con un oasis de arte prohibido.
Savitsky no pudo encontrar mejor guardiana de su colección que la actual directora del museo: Marinika Babanazarova. Esta mujer sigue defendiendo valientemente la colección como lo hizo Savitsky, aunque en esta ocasión no es contra el aparato estalinista, sino en contra de coleccionistas ricos que buscan quedarse con piezas y desmembrar así la colección, o incluso contra las autoridades mismas uzbekas que, aunque por un lado reconocen que el museo es un fuerte imán para atraer turismo, por otro lado se muestran un poco inciertos de apoyar un arte que no es uzbeko. Las autoridades ya han amenazado a Babanazarova con desmantelar el museo.
Después de este interesante recorrido, dejaríamos atrás esta urbe soviética para dirigirnos a otro punto donde los soviéticos han provocado uno de los mayores desastres naturales de la historia: el Mar de Aral.
Moynaq era la ciudad portuaria del Mar de Aral. Otrora, esta ciudad era la única ciudad con puerto de Uzbekistán y era un importante centro de industria pesquera. La población vivía del pescado y era una ciudad próspera de varias decenas de miles de habitantes. Esta industria podría llegar a contratar hasta a 30.000 personas y en un solo día un bote podría juntar entre 200 y 300 kilos de pescado al día. Hoy, al llegar a esta ciudad lo único que uno ve es arena y un antiguo letrero que da la bienvenida a los visitantes a Moynaq que, pareciendo una broma cruel, el letrero muestra un pescado.
Uzbekistán desde hace décadas depende fuertemente del cultivo del algodón. Los soviéticos, acostumbrados a dominar gran parte del mundo, todo lo veían desde la óptica de intereses de Moscú. Especializaban cada zona en algo particular para enriquecer a la capital soviética, y a Uzbekistán le tocaría la cosecha del oro blanco, es decir, del algodón. El problema es que los sembradíos de algodón requieren mucha cantidad de agua, cosa que en un país desértico es un bien bastante apreciado.
Lo que hicieron los soviéticos para conseguir el agua fue desviar el cauce de los dos principales ríos del país: el Amu Darya y el Syr Darya. Haciendo que los ríos pasaran por los cultivos de algodón, facilitarían la irrigación de estos campos, pero a la par provocarían uno de los mayores desastres ecológicos: la sequía del Mar de Aral, que se abastecía de las corrientes de agua de ambos ríos.
Hoy en día el Mar de Aral se ha reducido tanto que sus aguas quedan a 150 kilómetros de distancia de su puerto, Moynaq. El Mar de Aral, siendo en los años 50 el cuarto lago más grande del mundo, con 66.000 kilómetros cuadrados (aproximadamente el tamaño de Holanda y Bélgica juntas) ahora tiene tan solo unos 17.000 kilómetros cuadrados (poco más que la mitad de Bélgica solo).
Moynaq es ahora un pueblo polvoriento semi abandonado, con unos pocos miles de habitantes. Sus habitantes viven sumidos en la pobreza y con altos grados de enfermedades como anemia, cáncer, tuberculosis y diversas alergias.
Entramos a una pequeña tienda a comprar agua, ahí dentro a través de nuestro amigo y conductor Izzat, estuvimos hablando con las personas del local. La señora que atendía la tienda nos pedía que le dijéramos al mundo sobre la precariedad con la que vivía la gente ahí. Que necesitaban mucha ayuda y que el gobierno uzbeko no se las brindaba.
Hoy en día, aunque el gobierno intenta disminuir su dependencia del algodón, sigue cosechando 3 veces más que toda Asia Central junta. Uzbekistán no puede suspender de golpe su cultivo del algodón porque es de sus principales ingresos. Incluso hoy en día prácticas soviéticas todavía siguen en pie, como por ejemplo, en la temporada de cosecha del algodón (octubre y noviembre) autobuses suministrados por el Estado llenos de profesores, médicos, limpiadores entre otros, “voluntariamente” van al campo a trabajar y recoger el algodón.
Una de las imágenes curiosas que ha dejado la sequía del Mar de Aral, es ver los barcos que han quedado encallados en la arena.
Es posible meterte en 4X4 más adentro del “lago” y ahí hay barcos más grandes encallados. Para hacer eso hay que pagar más, y dedicarle más horas. Nosotros no lo hicimos.
Ya comenzaba a atardecer, y camino a nuestra yurta nos cruzamos con La Torre del Silencio…¿qué es esto?
Estas torres pertenecen a la religión Zoroastra (entre los años 1500 y 1000 a.C.), proveniente del actual Irán. En esta religión, se considera a la muerte como la victoria temporal del mal sobre el bien. Por lo tanto, el cadáver está “contaminado” y puede contaminar todo lo que toque. Al ser la tierra, el agua y el aire parte de los elementos naturales, no se permitía enterrar el cadáver o arrojarlos al agua. Tampoco se podían cremar ya que sus cenizas contaminarían el aire. ¿La solución? Construir estas torres en lugares apartados donde pondrían todos los cadáveres arriba, a la espera que los buitres se los comieran.
Si este recorrido lo haces con Izzat no necesitas que te digamos dónde está esta torre, ya que él lo sabe, pero en caso que lo vayas a hacer con otro guía te decimos dónde está. Esta Torre del Silencio se encuentra a 30 kilómetros al sur de Nukus, en la planicie de Amu-Darya. Te recomendamos que subas ya que las vistas del desierto desde arriba son buenas.
Finalmente llegamos al campamento donde pasaríamos la noche, y tengo que decir que ésta ha sido una de las mejores experiencias que tuvimos del viaje. Hay pocas palabras para describir algo tan grande. Nuestro campamento de yurtas estaba en lo alto de una pequeña meseta. Llegamos ahí al atardecer. Simplemente era cautivador ser testigo desde lo alto de ese vasto desierto. Nos sentíamos una nimiedad comparados con la grandeza del lugar. El silencio que había a nuestro alrededor, y ese viento que nos rodeaba pero que no nos traía ni palabras ni ruidos de puntos lejanos, más acentuaba nuestra soledad y pequeñez en este paraje. Por si fuera poco, estar por la noche bajo un enorme manto de estrellas era aplastantemente maravilloso para nosotros. Estar ahí en medio de la oscuridad...
El nombre del campamento es Ayaz-Qala, y dormir ahí cuesta 25 dólares la noche y hay que sumar 10 más con cena. El precio que nos hizo Izzat por la excursión ya incluía la entrada y cena en el campamento.
La yurta iluminada de la foto es la yurta “comedor”. Ahí nos dieron de cenar un rico plov. Después de eso, nos fuimos a nuestra yurta a dormir, mientras escuchábamos el sonido tan peculiar que hacían los camellos que estaban fuera de nuestra yurta masticando algún alimento.