Día 2: Tamgaly, 4.000 años de historia en petroglifos
Henos aquí. En un cruce entre dos calles que no sabíamos leer y mucho menos pronunciar, esperando a una persona que no conocíamos para que nos recogiera y nos llevara a los petroglifos de Tamgaly, que se encuentran a 170 kilómetros al noroeste de Almaty. La única manera de llegar a ellos es contratando un conductor. Nosotros contactamos con Marat, que es el dueño del Hostal Valentina.
Marat es un ruso muy majo que se conoce toda la zona de montaña como la palma de su mano. Sabe un perfecto inglés y es muy platicador, así que espero que vayas con ánimos de practicar este idioma. Las conversaciones favoritas de Marat giran alrededor de idiomas, historia y política. A veces tiene una personalidad un tanto extraña. Por ejemplo, si entras en la web de su hostal, verás que tiene un manual sobre cómo leer mapas topográficos militares soviéticos modernos. ¿Para qué querríamos leer eso en una página web de hostales? Solo él puede saberlo.
El viaje nos costó unos 130 euros para un día entero para nosotros dos, e incluía transporte, almuerzo ligero en los petroglifos, la entrada al parque y propina al guía del parque.
El viaje al parque duró unas tres horas aproximadamente. En el camino, al salir de Almaty, pasas por cementerios musulmanes con unas cuantas tumbas que ya nadie visita, y que se podría decir que sus únicas compañeras son pequeñas y antiguas mezquitas, que se encuentran en franca decadencia y poco frecuentadas debido a tantos años de ateísmo soviético.
Esta ha sido una de las carreteras más hermosas por las que he pasado. Es imposible describir la sensación que tenía por mi mente. ¿Has estado alguna vez en las montañas, o en algún desierto, donde lo único que se escucha es el silencio? Es un sonido que no existe, pero sin embargo ahí está, podemos escucharlo, está con nosotros. Y sorprendentemente, eso que es ”nada” es lo que más nos tranquiliza y relaja. La carretera de Kazajistán camino a Tamgaly era una carretera donde no había “nada”, es decir, no había montañas, no había lagos ni ríos, no había pueblitos pintorescos ni pueblitos a secas, todo lo que había era la nada...la amplia y extensa nada. Estepas hasta donde te llegara la vista...La definición de “estepas” y “la nada” se mezclaban para convertirse en una misma cosa y estas estepas silenciosas eran atravesadas por una frágil línea gris que era el asfalto de la carretera por donde circulábamos. Una pequeñita carretera donde no había nadie más circulando que nosotros. Una paz y tranquilidad increíbles. Esta nada visual es como la nada del silencio, la nada visual del silencio...la nada auditiva de las estepas...
Después de largo tiempo en esta amplitud, mis ojos vieron algo que no podía creer. ¿Era una persona lo que estaba ahí al lado de la carretera? Mi primera reacción fue voltear a los lados. No había nada ni en mi lado izquierdo ni en mi lado derecho. Hacía muchos kilómetros que no había nada detrás de nosotros tampoco. Y hacia adelante, hasta donde alcanzaba a ver, no había...nada... ¿¿de dónde había salido esta persona?? ¿¿a dónde iba??
Como si me estuviera leyendo la mente, Marat nos dijo que dependía de nosotros, pero que en estos territorios tan extensos e inhóspitos se tienen que dar la mano mutuamente para sobrevivir. Sin dejarlo terminar, le dije que levantara a la persona y lo llevara con nosotros en el vehículo.
Resultó ser un joven kazajo que se sentó atrás con María. El chico era bastante tímido por lo que prácticamente no pudimos entablar conversación con él. Quizás estaba sorprendido de encontrarse a dos personas que no fueran ni kazajas ni rusas.
Varios kilómetros después, había un poblado que se veía bastante humilde. Ahí el joven kazajo nos pidió que lo dejáramos. Acto seguido, se bajó del coche agradeciéndonos, para después irse corriendo hacia su pueblo.
Al cabo de una hora, a los lados de la carretera comenzaron a erigirse grandes colinas o pequeñas montañas. Nos estábamos acercando a los petroglifos de Tamgaly pero nosotros no lo sabíamos. No obstante, ya desde aquí estábamos teniendo una bienvenida de los pobladores de la Edad del Bronce (alrededor del año 2.000 a.C. en Asia Central), ya que, en lo alto de las montañas, se veían pequeñas columnas de rocas apiladas, una encima de la otra, que servían o bien para delimitar territorios, o para orientar a los nómadas de aquella época, ya que dependiendo de la altura de la pilastra es la indicación que se debía interpretar.
A pocos minutos más, ¡finalmente estábamos llegando al Parque Natural de Tamgaly! Sobra decir que en un lugar tan remoto no había más personas que nosotros, y quien sería nuestro guía en este parque.
Primero, tuvimos un buen desayuno conformado por pan, mermeladas, queso, chocolate y té. Nuestro comedor era éste:
Una vez terminado el desayuno, nuestro guía del parque se presentó. Era un señor mayor con rasgos kazajos, al cual le faltaban varios dientes. Pero esto, no le impedía tener una cálida sonrisa con la que nos contagiaba a cada momento.
El recorrido duró aproximadamente 3 horas y consiste en recorrer las montañas junto con el guía, quien te enseña dónde se encuentran los petroglifos. Estos petroglifos son imágenes que dejaron grabados los habitantes de la zona entre 1220 y 900 a.C., y fueron hechos principalmente por la etnia pastora llamada andrónovo.
Otro grupo de figuras importantes en estos dibujos son los dioses, que nunca pueden faltar ni en las culturas antiguas ni en las actuales. A estos dioses se les conoce como “cabeza de sol” debido a la manera en la que están representados:
Una de las grandes joyas del parque es el siguiente petroglifo, donde se aprecia a 12 guerreros bailando, con una serie de animales encima de ellos, y deidades representadas por el sol aún más arriba. Esta imagen capta el universo de los antiguos nómadas
Al salir del parque, hay unas pequeñas tumbas de la Edad de Bronce:
Nuestra excursión había llegado a su fin. Era momento de volver a subir al 4x4 con Marat y seguir escuchando sus historias, hablar del origen de las palabras, del Che Guevara y de las cosas que habían hecho los rusos en Kazajistán. Cosas buenas, como la carretera por la que circulábamos y que había permitido unir a los desperdigados pueblos de la zona, y también otros intentos de cosas buenas, como el Plan de Tierras Vírgenes.
Este plan data de 1953, cuando el territorio conformado por la Unión Soviética estaba teniendo problemas para abastecerse de alimentos. Fue aquí donde surgió el Plan de Tierras Vírgenes, donde Nikita Krushev buscaba incrementar la producción de grano. Para ello, necesitaría cultivar extensas zonas, y tanto regiones de Rusia como de Kazajistán fueron elegidas para tal labor. Se inició una campaña dirigida a los jóvenes de la Unión Soviética, invitándolos a unirse a la “aventura socialista en las tierras vírgenes”. Para 1954, 300.000 de estos voluntarios se habían hecho de herramientas para trabajar el campo y allá fueron. El plan fracasó en menos de cinco años, y hoy en día la pequeña carretera por la que circulábamos pasaba por al lado de este fallido experimento. Nada queda, más que campos abandonados que se confunden con la estepa, e infinitas hileras de secos árboles que fueron un intento de sembrar un bosque para diversificar productos. Los troncos han quedado petrificados como fantasmas que nos cuentan su historia del pasado a los pocos seres humanos que circulan por aquí.
Después, vinieron unas hermosas nubes negras que cubrieron lo que antes era un enorme manto azul, para convertirse en un sólido techo gris obscuro. La fuerte lluvia que cayó sirvió simplemente para romper ese silencio visual y musicalizar nuestro recorrido. Estando aquí, en este momento, en el presente, es cuando volteé a mi derecha y vimos una manada de caballos corriendo libremente por las estepas. ¡Eran caballos corriendo libremente! Recuerdo esas pequeñas yeguas que vimos corriendo al lado de los caballos, las yeguas, divirtiéndose, iban dando pequeños saltos dejando sus cuatro patitas al aire al mismo tiempo, mientras encorvaban su lomo en forma de un arco.
Daría lo que sea por poder repetir ese momento de mi vida... ir por una carretera perdido en medio de estepas, cerca de China, escuchando la lluvia golpear fuertemente las ventanas del coche mientras observo a los caballos correr libremente…
Ninguno de los que veníamos en el vehículo necesitábamos palabras para describir la belleza del momento. Con nuestro silencio nos sabíamos de acuerdo.
Marat nos dejó por la noche en Almaty, por lo que nos fuimos a cenar un kebab cerca de casa y a dormir.