Día 10: Castillos del desierto
Azraq es un pequeño pueblo que se encuentra a las puertas de lo que se conoce como el Desierto del Este. Después de Azraq y en dirección al oriente, prácticamente todo es desierto hasta llegar a la frontera con Iraq. El motivo por el que estábamos aquí era para ver los llamados “Castillos del Desierto”, construidos en diferentes épocas y que realmente no todos son castillos. De hecho la mayoría no lo son, aunque tengan ese nombre.
Los Castillos del Desierto se remontan principalmente a la época de los omeyas (661-750 d.C.) cuando el Islam se encontraba en la cúspide. No se conoce a ciencia cierta el uso exacto que tenían, pero se suele coincidir en que pudieron ser lugares de recreo para la élite, así como puntos de reunión entre los gobernantes y los beduinos del desierto. Además, sirvieron como postas en el camino hacia la Meca, así como para las caravanas comerciales entre Baghdad y Jerusalén. Nosotros veríamos 3 de estos castillos conforme nos regresábamos a Ammán.
El primer castillo que veríamos es el que se encuentra en este pueblo precisamente: Qasr Al Azraq (incluido con el Jordan Pass).
El castillo data del 300 d.C., época de dominación romana. Siglos después, los omeyas lo convertirían en centro de caza y base militar para el califa Walid II. La construcción que vemos hoy en día se remonta al 1237, cuando los ayubíes reforzaron el castillo en contra de los cruzados.
Pero la historia más relevante que le ha tocado presenciar a este castillo fue en el siglo XX. Más concretamente, en el invierno de 1917-1918, en plena Revuelta Árabe contra los turcos otomanos. Todo Oriente Medio llevaba siglos gobernado por el imperio otomano, que eran turcos. Musulmanes, sí, más no árabes. Los pueblos árabes estaban ya cansados de ser dominados por una potencia extranjera. Ellos soñaban con poder tener un mega estado que fuera desde Alepo, el norte de Siria, hasta el puerto de Aden, en Yemen. Y desde Baghdad hasta el mediterráneo. Al fin y al cabo todos eran árabes, todos hablaban una misma lengua y profesaban una misma religión.
El escenario de fondo en estos años es la Primera Guerra Mundial, y sobre este terreno los beligerantes eran el imperio otomano por un lado, y los ingleses y franceses por el otro.
Los ingleses prometieron a Hussein bin Alí, jerife de la Meca, que este estado árabe independiente existiría. A cambio pedían la ayuda árabe en contra de los otomano turcos. Los árabes e ingleses se alían, y es aquí donde aparece el famoso Lawrence de Arabia.
Él unió a los diversos grupos árabes para luchar como uno solo contra el imperio turco. Y desde este castillo, Lawrence de Arabia planificó y ejecutó con éxito un ataque contra Damasco (a 200 km de aquí) para expulsar a los turcos.
De acuerdo con los escritos del mismo Lawrence de Arabia, en el patio central del castillo pasaría las noches en compañía de sus soldados contando aventuras e historias a la luz de la fogata.
El mismísimo jerife de la Meca, Hussen bin Alí, también pasaría aquí sus noches. El recinto cuenta con una pequeña mezquita para que los soldados pudieran hacer sus 5 rezos al día.
La habitación de Lawrence de Arabia se encuentra justo arriba de la entrada principal del castillo.
Sin embargo, hoy en día, la mayoría de las personas árabes con las que he hablado están desencantadas con Lawrence de Arabia. Sí, es cierto, en parte gracias a su ayuda consiguieron librarse de los turcos. Pero el imperio turco perdió la guerra, los ingleses la ganaron, y el macro estado árabe jamás fue creado. Los árabes se sintieron traicionados. Lo que es todavía peor, a partir de aquí es cuando Reino Unido y Francia se dividieron todo el Medio Oriente para ellos a través del Acuerdo Sykes-Picot. Jordania quedaría bajo manos inglesas. Simplemente habían cambiado unas manos gobernantes por otras, y los árabes seguían oprimidos.
El siguiente “castillo” que vimos fue Qasr al-Kharana (incluido con el Jordan Pass).
Aunque parece un castillo en toda forma con sus torres y sus saetereas, la realidad es que las torres son sólidas (no se puede entrar a ellas) y las saeteras son en realidad simples ventanas, ya que se encuentran muy alto, por lo que no podían servir a los arqueros. Esto es lo que confunde a los historiadores y arqueólogos, y por eso no se sabe muy bien qué función podría tener este castillo.
Lo que sí se sabe es que fue construido en el 710 d.C., lo que lo convierte en uno de los primeros edificios islámicos.
Se ha especulado con que pudo haber sido un caravansai, esos lugares de descanso para las caravanas. Los caravansai servían como hoteles, por así decirlo, y los animales también podían quedarse ahí. Al fin y al cabo, Qasr al Kharana tiene establos y un patio central con habitaciones alrededor, por lo que refuerza esta teoría.
Si en efecto esto se trataba de un caravansai, sería entonces el primer caravansai islámico del que se tenga constancia.
No obstante, a Qasr al-Kharana le falta un par de elementos importantes para poder haber sido un caravansai: le falta agua (no hay pozos de agua cercanos) y tampoco está localizado sobre ninguna ruta comercial. Esto hace que se descarte esa teoría.
¿Entonces para qué servía este edificio? La teoría con más fuerza por el momento es que se trataba de un lugar de reunión entre los gobernantes omeyas y las comunidades locales beduinas.
Nuestro último “castillo” es Qusayr Amra (incluido con el Jordan Pass). Éste al parecer era más bien un palacio de recreo a mitad del desierto.
Qusayr Amra fue construido entre los años 730 - 740 y fue comisionado por el príncipe Walid Ibn Yazid, quien sería el futuro califa omeya Walid II (743-744).
Llama la atención que un poderoso príncipe construyera un palacio, que contiene una sala de audiencias y un baño, a mitad del desierto, alejado de cualquier centro urbano de poder. No obstante, hay que recordar que nos encontramos sobre lo que fue una importante ruta de peregrinaje y comercio entre la Meca e Iraq y Kuwait. Y los omeyas se acababan de establecer en el poder en Damasco, así que quizás era una forma de demostrar el poder de los nuevos califas.
Lo más impresionante tanto por su belleza artística como por su valor histórico se encuentra en el interior del recinto. Entrar a un lugar obscuro, después de la luminosidad del desierto, hizo que los ojos tardaran en acostumbrarse al cambio. Una vez que los ojos empezaron a discernir lo que tenían ante sí, es cuando uno queda impresionado.
El Islam prohíbe hacer representaciones de figuras humanas, ya que se interpreta que el ser humano es una perfección que solo Alá puede hacer. Sin embargo, Qusayr Amra no solo ignora esa interpretación, si no que incluso algunas figuras humanas se encuentran en formas sugerentes.
Al entrar al edificio entramos al Salón del trono, o de audiencias, el cuál está recubierto de murales con escenas cotidianas de la corte como veremos a continuación.
Del salón del trono uno pasa al apodyterium (el cuarto para cambiarse de ropa), donde también hay más murales que nos siguen impresionando por su belleza y grado de conservación. Estos murales muestran más figuras humanas y animales.
La siguiente habitación es el tepidarium, o cuarto de baño tibio, que era calentado por un sistema de calefacción debajo del piso.
Por último se llega al caldarium, o cuarto de baño caliente. Éste era un cuarto muy caliente y vaporoso calentado por un hipocausto, sistema de calentamiento subterráneo.
El motivo de por qué Qusayr Amra, un palacio musulmán, alberga estos frescos con figuras humanas no está todavía del todo claro. Hay quienes sugieren que por tratarse de un palacio de recreo, alejado de los ojos curiosos, entonces aquí el príncipe Walid podía entregarse a sus placeres. No obstante, lo más seguro es que simplemente se trata porque en esta época (siglo VIII) estamos todavía siendo testigos del nacimiento de una nueva religión que todavía seguía madurando y definiéndose. Entonces muy probablemente al inicio del Islam no había necesariamente estas prohibiciones. También puede ser por influencia de otros grandes poderes o tradiciones de la época, como el bizantino y griego. Es probable que el príncipe Walid haya querido mostrar a sus gobernados que él también se codeaba con los grandes, y la forma de hacerlo era con un palacio con baños (de tradición romana) e imágenes, que invitan más a pensar en una tradición bizantina, grecoromana, o incluso sasánida.
Pero es por esto que los frescos de Qusayr Amra son una gran excepción del arte islámico a día de hoy.
Y desafortunadamente aquí había terminado nuestro viaje. Estábamos a unos 70 kilómetros de Ammán y teníamos que devolver el coche. El resto de la tarde lo utilizaríamos para pasear por los mercados de Ammán y su teatro romano.
Cada uno de los lugares que conocimos ha contribuido a hacer de este viaje una gran experiencia. Y hasta podría decirse que cada sitio desprende una personalidad muy propia. Las ruinas de la poderosa ciudad comercial de Jerash, la culta y filosófica Umm Qays, los lugares bíblicos como Betania más allá del Jordán o el Monte Nebo, las numerosas iglesias y mosaicos de la cristiana Mádaba, los castillos cruzados y fortalezas encaramadas en cumbres como la de Herodes, la única y gran Petra. Y todos estos destinos unidos por la milenaria Carretera del Rey, que atraviesa el país de sur a norte y nos permite vislumbrar asombrosos parajes naturales como el desierto de Wadi Rum, el cañón Wadi Munjib, o el Mar Muerto; y que va y desemboca en la capital, una ciudad que tiene una colina en cuya cima confluyeron algunos de los más grandes imperios y reinos que jamás haya conocido la historia: la ciudad de Ammán, la antigua Philadelphia, y la más antigua Rabbat Amón.