Día 7: Gori, cuna de Stalin

Desde una pequeña plaza en frente de la fortaleza Rabati salen las marshrutkas a diferentes destinos. El mío sería Gori esta vez (5 GEL – 1,80 €), ya encaminándome de vuelta hacia Tiblisi. 

Después de unas cuantas horas en carretera, a lo lejos sobresalía la fortaleza de Gori coronando una pequeña colina. Esta fortaleza definitivamente no se muestra tan imponente como la de Akhaltsikhe, pero no por eso su importancia histórica fue menor.

Gori se encuentra ubicada estratégicamente en el punto donde los ríos Mtkvari y Liakhvi confluyen. Aunque la ciudad fue fundada en el siglo XI por el rey David IV, se cree que la fortaleza ya estaba en pie desde los últimos siglos antes de Cristo.

Fortaleza de Gori

La fortaleza fue codiciada por diferentes ejércitos y al igual que la ciudad de Gori, fue tomada tanto por persas, como otomanos y rusos. 

La fortaleza que vemos (aunque está en un estado muy deteriorado) adquirió su actual forma desde los reyes georgianos Rostom de Kartili (1630) y Erekle II (1774). 

Entrada a la fortaleza Gori

Desafortunadamente hoy en día solo quedan sus murallas en un solar

El último encuentro que tuvo Gori con un ejército extranjero fue en 2008, durante la guerra con Rusia. En esta breve guerra, Rusia ocupó la ciudad por unos días en el mes de agosto, lo que provocó que el ejército georgiano, funcionarios y gran parte de la población la abandonaran. La ciudad era muy apetecible para dominar ya que estratégicamente se encuentra en la mitad del alargado país de Georgia. Y también quizás hubiera un valor sentimental, ya que es aquí donde nació Joseph Stalin. ¿No tentaría a los líderes rusos tener bajo su poder otra vez la ciudad donde nació uno de sus mayores líderes?

El día 22 de agosto las fuerzas rusas entregaron la ciudad de vuelta a Georgia. Pero las tropas rusas se quedaron estacionadas al norte de la ciudad de Gori, en concreto en la región georgiana llamada Osetia del Sur. Esta región siempre había buscado su independencia, y aunque la mayoría de la comunidad internacional la sigue reconociendo como parte de Georgia, los países de Rusia, Venezuela, Nicaragua, Nauru y Siria lo reconocen como un país independiente.

Hoy en día Gori se encuentra muy cerca de la “frontera” con Osetia del Sur, por lo que el gobierno georgiano ha decidido incrementar la infraestructura militar tanto en la ciudad como en sus alrededores.

Y hablando de Stalin, precisamente el atractivo más demandado por los viajeros es el Museo de Stalin (15 GEL – 5,40 € incluyendo su casa y vagón de tren), aunque haciendo honor a la verdad a mí me pareció un tanto decepcionante. El museo consiste en un montón de periódicos antiguos y fotografías donde se explican cosas (aunque desgraciadamente solo en ruso y georgiano) por lo que si no conoces estas lenguas o no traes guía de poco te enterarás. 

Estatua de Stalin en la entrada del museo

Imagen de un joven Joseph Stalin

Afuera del museo está lo que era la humilde casa donde el dictador nació. Es una diminuta casa que ahora se encuentra enjaulada en una estructura de mármol.

Casa de Stalin

La pequeña casa es envuelta por la estructura del museo

A un costado se encuentra el vagón de tren personal que utilizaría Stalin durante sus viajes. 

Insigna comunista en el vagón de tren

Vagón de Stalin

Habitación de Stalin en su casa

Sala de reuniones en el vagón

Tanto el vagón como la casa se pagan a parte del billete de entrada al museo. Por los 3 pagué 15 GEL– 5,40 €.

El pueblo de Gori y su gente guarda una extraña relación con Stalin. Al parecer la gente quiere verlo como un gran líder y hacer caso omiso no solo a la larga lista de crímenes que se le atribuyen, sino a su manera agresiva de gestionar un imperio donde se dirigieron todos los recursos a la industria con grandes costes humanos, sociales y medioambientales. 

En frente del museo podemos ver una estatua de Stalin (aunque curiosamente sin ningún nombre que lo identifica). Aunque por otro lado la avenida principal que recorre toda la ciudad lleva su nombre.

Avenida Stalin

Estatua de Stalin sin placa que lo identifique

El sol empezaba a caer y rodear todo con su color amarillo dorado. Era momento de dirigirme a la plaza que está enfrente de la fortaleza y tomar otra marshrutka hacia la capital (3 GEL – 1,08 €).  

Los georgianos son famosos por conducir bastante rápidos y agresivos (aunque puede ser juego de niños comparados con otros países), y el conductor de nuestra marshrutka iba haciendo honor a esta afirmación. Estuvo a punto de chocar en dos ocasiones en la carretera que nos dirigía a Tiblisi. Finalmente en la tercera logró que uno de los neumáticos reventara, provocando que la marshrutka serpenteara por la autopista de un lado a otro. Yo imaginaba el impacto en cualquier momento. La marshrutka serpenteaba de un lado a otro sobre la autopista, así como las ciruelas de una pobre pasajera rodaron también por el suelo y se iban deslizando de un lado a otro. Finalmente el conductor logró estabilizar el vehículo y orillarse. El coche finalmente estaba quieto, pero inversamente proporcional fue la inquietud que comenzó a bullir dentro del mismo. La gente comenzaba a levantarse de sus asientos gritándole de todo al conductor, manoteando sus manos hacia arriba de forma rabiosa. El pobre conductor, con su camisa abierta y pelo canoso, tan solo se encogía de hombros entre enfadado y asustado. La mujer de la fruta, con un pañuelo en su cabeza, no paraba de gritar cosas mientras iba recogiendo sus ciruelas del suelo, debajo de los asientos y entre los zapatos de los pasajeros. 

Acto seguido todos estábamos abajo en la carretera, observando cómo el conductor cambiaba la rueda y con el sol poniéndose en el horizonte. Al abrir la puerta trasera para sacar la rueda de repuesto, otras tres ciruelas se deslizan y caen al suelo. La mujer apresuradamente refunfuña algo en georgiano y recoge los tres frutos. 

Unos 30 minutos después ya estábamos de nuevo enfilados hacia Tiblisi, y cada uno de nosotros degustando una jugosa ciruela que la mujer nos había dado, menos al conductor que no le tocó recibir nada. 

Y un par de horas después ya estaba de nuevo en el hospedaje de Nako. Al día siguiente partiría hacia Davit Gareja, un antiguo complejo monástico situado en la frontera con Azerbaiyán.   

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Día 6: Vardzia y Akhaltsikhe, entre monasterios y fortalezas 

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