Día 3: Mestia, el lugar de las torres medievales y picos nevados
El tren llegó como a las 6.30 a la estación de Zugdidi. Ahí mismo se encuentran marshrutkas esperando pacientemente llevar a sus clientes a diversos destinos. Antes de llegar, me imaginaba una situación caótica, con conductores gritando sus destinos en georgiano y cogiéndome del brazo para convencerme que su vehículo es lo que busco, me imaginaba a cientos de personas pasando apretadamente entre más personas y marshrutkas mientras cargaban en sus hombros lo más variopinto de objetos, desde alimentos hasta bicicletas. Después, me imaginaba en medio de un fuerte regateo para lograr acercarme lo más humanamente posible al precio real del trayecto desde la estación a mi destino: Mestia.
Nada más alejado de la realidad. Al salir de la estación de tren veo un parking donde las marshrutkas están ordenadamente aparcadas, con un pequeño letrerito escrito en alfabeto romano su destino, y a los conductores sin parecer importarles mucho la llegada de nuevos visitantes.
El trayecto de Zugdidi a Mestia en marshrutka cuesta 20 GEL (7,70€) y es un trayecto de varias horas.
La pequeña carretera sencilla pasa por unos paisajes realmente impresionantes.
Nuestra marshrukta venía llena de extranjeros y dos georgianos: el conductor y un otro que desde que partimos venía bebiendo cervezas (que reponía cada vez que parábamos en algún lugar). Para mi sorpresa, cuando la carretera comenzó a adentrarse en las montañas y a llenarse de curvas, ¡fue cuando hicimos cambio de conductor y que me di cuenta que nuestro amigo de las cervezas era el conductor sustituto!
Después de varias horas, varias curvas, y varias cervezas, sorprendentemente llegamos a nuestro destino: ¡Mestia!
Mestia es un pequeño pueblo patrimonio de la humanidad por la UNESCO de unos 2.000 habitantes entre las montañas del Cáucaso, en la región de Svaneti. Rodeado por picos nevados de 3.000 a 5.000 metros de altura, Svaneti es la región habitada más alta del Cáucaso, y Mestia su ciudad más grande. Uno viene hasta aquí para admirar las maravillosas torres medievales que se levantan en cada pueblo, por más pequeño que sean, y hacer uno de los múltiples paseos por las montañas que esta región ofrece o visitar otros pintorescos pueblos.
Las marshrutkas paran en Seti, la plaza principal. Te recomiendo que vayas a la oficina de turismo que está ahí ya que tienen información y mapas muy útiles de la zona. Como siempre, lo primero que hice fue buscarme un lugar para pasar la noche.
El lugar elegido fue Villa Gabliani ((+995)599 56 93 58), una acogedora casa de madera sobre la pequeña calle Gabliani. Este lugar es regentado por una amable y sonriente señora, hija de padres alpinistas (los Gabliani precisamente) quienes desafortunadamente murieron escalando una montaña en China. Este lugar cuenta con un amplio jardín y desde ahí se escucha el agua correr del río Mulkhra. La cama cuesta 20 GEL (7,75€) la noche. Hay wi-fi.
Las torres de Mestia será lo primero que verás a tu llegada.
Nunca he escuchado de algún otro lugar en el mundo que tenga tantos pueblos con torres defensivas de este tipo.
La mayoría de ellas tienen alrededor de 1.000 años de antigüedad y algunas llegan a medir hasta 22 m. de altura.
Hoy en día en Mestia hay decenas de estas torres, aunque antes había cientas. Muchas de ellas se están cayendo por falta de mantenimiento (a pesar de tenerlo que hacer por compromiso con la UNESCO). Originalmente cada casa contaba con su torre defensiva donde las familias podían refugiarse en caso de guerra. Al parecer por lo montañoso del lugar era difícil construir una fortaleza, y por lo tanto los habitantes optaron por la opción de que cada familia tuviese su torre vigía.
Cuando había peligro lo que se hacía es que la familia que había divisado el peligro subiría a lo alto de su torre y encendería un pequeño fuego. La siguiente torre que viera la luz encendería también un pequeño fuego, y así se irían avisando unos a otros, sabiendo que el enemigo, fuera lo que fuera, se estaba acercando.
Hay algunas torres que puedes subir hasta el techo, aunque no es un fácil ascenso en algunos casos y suelen ser muy obscuras por dentro. Por lo que si te animas hacerlo ten cuidado y mira bien dónde pisas.
Entre más te alejes de la plaza principal más te alejarás de los muchos o pocos turistas que puedan haber y más irás entrando en una Mestia auténtica.
Mestia no tiene muchos lugares dónde poder ir a comer a cenar. Pero un buen lugar por su calidad de comida es Laila, justo al lado de la oficina de turismo en la plaza Seti. ¡Aunque tendrás que ser muy paciente porque el servicio es pésimo! Es muy lento y por el humor de los camareros pareciera que te están haciendo un favor. La comida por persona puedes esperar unos 20 GEL (7,75€).
Mi día había llegado hasta aquí. Pasaría otro día en Mestia y tenía que decidir si tomar una 4x4 e irme a Ushguli (el pueblo habitado más alto de toda Europa) o hacer un paseo por las montañas. Al final me decanté por ésta última ¡así que mañana os contaré!
Para entrar a la casa donde me estaba hospedando primero tenía que abrir una puerta que da de la calle al jardín. Tendría que atravesar los árboles y flores para subir unos pequeños peldaños y entonces ahora sí entrar a la casa.
Solamente que esta noche cuando llegué no solo tenía que atravesar árboles y flores, si no otro obstáculo también que era infranqueable. Hablo de tres georgianos y un ruso sentados a la mesa bebiendo vino de la región y comiendo. Se notaba que estaban un poco subidos de copas, pero independientemente de eso, en Georgia hay una máxima que uno no puede dejar pasar jamás: si uno es invitado a compartir un trago de alcohol, deberá de hacerlo. Ya que de lo contrario, quien invita se sentirá ofendido.
Después de todo, hay que recordar que Georgia es el país que por el momento ostenta las evidencias más antiguas de fabricación de vino (se han encontrado variedad de semillas de uva, cántaros y otros utensilios para el vino entre los años ¡¡6.000 y 7.000 antes de Cristo en este país!! Así que es difícil competir contra esto).
Por eso, el vino ocupa un lugar primordial entre sus tradiciones culturales y religiosas. Para ellos, beber una copa de vino no es simplemente beber alcohol con unos amigos o colegas de trabajo. Es mucho más. ¡Es supra! Supra es compartir un momento social. Puede ser formal o informal, feliz o triste, numeroso o con poca gente. A veces el único motivo puede ser quizás celebrar la vida. Pero jamás será una simple quedada para beberse algo. No. Es supra.
Y en cada supra hay un tamada, quien es la persona que se encarga de liderar los brindis. Pero esos motivos de brindis son precisamente los que marcaran la conversación. Entonces, podría decirse que el tamada es quien lleva la voz cantante sobre lo que se hablará esa noche. Y no solo la temática, si no que también la intensidad, ya que el tamada es quien elige la velocidad en la que deberán de hacerse los brindis y por tanto servirse la siguiente copa. Y ahora, hay que recordar que un georgiano por lo general no bebe su copa de vino a sorbos degustándolo, si no que suelen bebérselo de un golpe después de cada brindis (incluso, alguien me comentó de la existencia de unas copas en forma de cono, es decir, no tienen base, ya que es la punta del cono mismo. De esta manera, se impide que quien beba pueda colocar el vaso en la mesa y no llevar el ritmo).
Cada supra comienza con una serie de brindis tradicionales, como puede ser por su patria, sus antepasados, su familia, etc…Y ahí estaba yo, tímidamente abriendo esa puerta del jardín para dirigirme a la casa y dormir. Se hizo un silencio, los ahí sentados a la mesa esperaban impacientes para ver quién se asomaba del otro lado de la puerta. Al verme, todos dieron un grito de alegría y alboroto como si fuéramos viejos amigos y nos estuviéramos reencontrando después de tantos años, y con animadas señas me indicaban que tomara asiento. Imposible luchar contra 8 mil o 9 mil años de antigüedad de tradición.
Apenas me senté y ya tenía un plato de comida enfrente de mí junto con una copa de vino. El tamada, un enorme georgiano en sus 40 o 50, estaba sentado al lado mío y en lo que volteé a verlo ya se encontraba con el brazo en alto sosteniendo su copa llena de vino, mientras me miraba con una sonrisa de complicidad esperando a que cogiera mi copa.
Y ahí estuvo, mi primer brindis en honor a no sé qué o a quién, ya que obviamente se hizo en georgiano o ruso. Y así vino el segundo, el tercero, y el cuarto…y el octavo, el noveno, y el décimo… Yo en lo único que podía pensar era en la resaca que tendría al día siguiente y el madrugón que me tendría que dar para irme a la montaña.
De pronto, entre palabras georgianas y rusas que no comprendía, el ruso se me quedó mirando fijamente. Otro enorme cuerpo que sus ojos me miraban fijamente como intentando recordar algo, con una media sonrisa pero que todavía no conseguía formarse del todo. Y en eso, se coge él mismo sus dos brazos por las muñecas y me grita en español: “¡No pasarán!”, haciendo referencia a aquél lema utilizado por la República española en el asedio de Madrid. Para mí fue un momento mágico, finalmente un momento de unión entre dos personas que veníamos de culturas diferentes y con lenguas poco en común. Pero más allá que había podido comprender esas dos palabras “no pasarán” había comprendido el interés del ruso por la historia, pude percibir su ideología. Entre tanto vino georgiano, comida y brindis incomprensibles para mí, finalmente tuve un momento en el que conocía que el ruso que estaba sentado en frente de mí se sentía orgulloso de la ayuda que en la década de los 30 la Unión Soviética había dado al bando republicano durante la guerra civil. Pero en eso, el tamada volvió a levantar su brazo y llegó el momento de otro brindis y por lo tanto giro de conversación hacia otra vez lo incomprensible para mí.