Día 14: Sidi Bousid, donde comenzó la Primavera Árabe
Este día me levanté temprano porque quería ir a Sidi Bousid, y no estaba muy seguro cómo lo iba a lograr desde Sbeitla. Así que me levanté y me dirigí a la estación de louages. Sbeitla, al ser tan pequeña, ni siquiera cuenta con una estación de autobuses.
Sidi Bousid es un pueblo cualquiera en Túnez, sin ningún atractivo turístico. También con recomendaciones de no venir por parte de las autoridades.
El motivo por el que vine es por un frutero llamado Mohamed Bouazizi. Él no tenía nada más que su carro de frutas, sus básculas para pesar la fruta, y una familia de 8 miembros que él mantenía con la venta de sus frutas. En suma, era una persona muy humilde.
Según se dice, un día llegó la policía y le tumbó la fruta al suelo. Por si esto fuera poco, le quitaron sus básculas. Y si esto no había sido agravio suficiente, al parecer una de las policías era mujer, lo que aún hacía más grave la humillación en un mundo musulmán conservador. ¿Por qué ocurría todo esto? Porque aparentemente era ilegal vender frutas en la calle, o porque Mohamed no tenía los permisos necesarios para hacerlo… o porque Mohamed no había pagado al policía de turno.
Mohamed, cansado ante la situación que se repetía una y otra vez, y sin querer o poder pagar a los policías, fue a la comisaría de policía a exigir de vuelta sus básculas, donde le preguntaron: “¿qué básculas?”.
Mohamed, exasperado, fue con el alcalde para reclamar las injusticias que recibía. Una vez más el frutero fue rechazado. Mohamed elevó el tono y fue a ver al gobernador… quien ni siquiera lo recibió.
Mohamed, hundido en la desesperación y frustración ante un país donde la gente que se suponía debía velar por sus derechos, se encargaba más bien de quitárselos, decidió ir a comprar algo de gasolina y unas cerillas.
Menos de una hora después de que la policía le hubiera quitado sus básculas, Mohamed se roció la gasolina sobre sí. Y ante el asombro de los ciudadanos de alrededor, Mohamed sacó una cerilla. La encendió, y con ella se incendió a sí mismo.
Mohamed no murió en el acto. Quedó en coma durante 2 semanas y media antes de su fallecimiento, y fue tratado en un hospital de la ciudad de Túnez. El presidente del país, Ben Alí, aprovecharía la ocasión para hacerse una foto con el pobre Mohamed en coma y todo vendado. Cuando antes ni la policía se dignaba a atenderlo, ahora hasta el mismísimo presidente se desplazaba para visitarlo.
No importaba. La suerte ya estaba echada. Mohamed nunca lo supo, pero su acto provocó que decenas de personas salieran a las calles de Sidi Bouzid a manifestarse pidiendo más y mejor trabajo. Al poco tiempo se le unieron miles de personas. Y en menos tiempo aún, estas manifestaciones ya no sucedían solo en Sidi Bouzid, si no que la chispa había saltado a decenas de ciudades en Túnez de norte a sur. Y, la gente ya no solo pedía más empleo, sino también pedían más derechos, más libertades, y unas elecciones libres.
La revolución de la Primavera Árabe había comenzado, y Túnez sería su lugar de origen. Al cabo de un mes de protestas, lograron tumbar al presidente dictador que llevaba agarrado al poder 24 años. Los países árabes vecinos, que comparten las mismas problemáticas (dictadores, falta de empleo, etc...) vieron cómo en tan poco tiempo Túnez había conseguido un cambio democrático. Túnez fue la primera ficha de dominó y de ahí fueron cayendo las demás dictaduras.
Las protestas y revoluciones se pasaron a Libia, Egipto, Yemen, Argelia, Marruecos, Bahrein, Jordania. Unas en mayor medida y otras en menor medida, aunque casi todas las revoluciones con resultados aún más desastrosos que la situación original que buscaban cambiar. En Egipto se ha instalado ahora un General con mayor mano férrea que el anterior dictador. Libia, Yémen y Siria están sumidos en profundas y complejas guerras civiles sin un fin próximo.
Túnez fue el país que salió mejor librado, ya que no hubo guerra civil y sí hubieron elecciones. Todo esto comenzó el 17 de diciembre de 2010. ¿Cómo está el país 10 años después? Con elecciones aparentemente libres, pero con los mismos problemas de empleo y desigualdad. La gente de a pie está desencantada porque no ve un cambio real en sus vidas o en sus bolsillos. ¿Qué le deparará en el futuro a Túnez?
Por lo pronto, a Mohamed Bouazizi, le deparó una escultura de su carrito de frutas en su memoria. Al pobre ni siquiera le pusieron una escultura de su persona, quizás para evitar hacerlo un mártir y levantar futuras protestas.
Me sentía muy observado en todo el tiempo que estaba en Sidi Bouzid. Yo creo que a los tunecinos les extrañaría que hubiera un extranjero ahí y haciendo nada tanto tiempo (estaba sentado en un banco simplemente observando). Lo que pasó es que quería “disfrutar” del momento de estar en ese lugar, donde habían comenzado las revoluciones árabes que cambiarían la historia de todos estos países y en parte incluso la historia mundial. Todo desencadenado en este pequeño pueblo olvidado en el centro de Túnez, a causa de un humilde frutero callejero.
Decidí dirigirme a la estación de louages y buscar alguno que me acercara hacia mi siguente destino, El Kef. No obstante, la conexión de transportes por aquí es tan mala que todos me decían que tenía que volver a Sbeitla. Así que a Sbeitla me regresé.
Al llegar a la estación de louages de Sbeitla estuve preguntando por El Kef, pero me dijeron que de ahí era imposible salir. Intenté que me explicaran cómo podía hacer alguna conexión con otro pueblo, pero la comunicación fue imposible. No me hacía entender y no entendía. Así que derrotado regresé al hostal, para ver si el chico de recepción me pudiera ayudar de alguna manera.
Apenas abrí la puerta del hostal y el chico de la recepción me miró, se puso la mano en el pecho, y soltó un suspiro de alivio. Y seguidamente entraron los dos policías de ayer detrás mío. Todo fue un alboroto y voces. Al parecer me habían estado buscando por todas partes porque no sabían dónde me había metido. A nadie se le ocurrió la loca idea de que quizás un turista como yo pudiera estar en la estación de louages. Que estaba en frente del hostal. Literal.
Entre inglés, francés, árabe y señas, dije que quería ir a El Kef. Me dijeron que no había autobús. Les dije que ya lo sabía, y que cómo me podía ir. Me dijeron que taxi (maldita palabra internacional). A lo que les dije que no, que imposible, que otra forma. E insistían con el taxi. A lo que yo insistía con mi negativa, ya que El Kef se encuentra a más de 2 horas en coche.
Después de un rato, los policías me dijeron “ok”, y me señalaron su vehículo nuevamente. Así que me subí sin saber bien qué estaba pasando (cada vez me subía con menos vacilación a ese coche). Nos dirigimos otra vez hacia las ruinas romanas de ayer, y ahí nos detuvimos y nos bajamos todos. No me podía comunicar con los policías por lo que no sabía qué estaba pasando. El caso es que estuve ahí 2 horas, y no me dejaban que me fuera, porque cada vez que hacía un amago, me decían “El Kef, El Kef”.
Después de 2 horas pasó lo que tenía que pasar. Y esto es, un autobús. Al momento en que el autobús pasó en frente de las ruinas romanas, uno de los 2 policías se puso a mitad de la carretera, y con su brazo en alto detuvo al vehículo. Estaban deteniendo el autobús para mí....
Ya en el autobús ahora sí me relajé. Ya estaba subido, era solo cuestión de esperar a llegar a El Kef. Y lo más complicado del viaje ya lo había pasado, tanto por transporte como por temas de seguridad. Y el autobús estaba bastante cómodo. Sin moscas, con un aire acondicionado que sí funcionaba, y casi vacío. Así que me dediqué a disfrutar del paisaje por la ventaja.
Llegué a El Kef ya por la tarde, así que solo me di un pequeño paseo, busqué algo de cenar (no había cucharachas), y me regresé al hostal. Vaya diferencia con lo que había venido viendo en los últimos días: ahora sí había familias en las calles, o mujeres solas, algunas sin velo, había comida más “internacional” por todas partes, etc... Y la vibra ya no se sentía tan “aplastante” como en los últimos sitios. Pero bueno, ya descubriría El Kef el día siguiente.